
¿Hay algún consuelo cuando perdemos de manera inesperada a un familiar? ¿Cómo entender que un hermano, amigo... ya no va a estar a nuestro lado? ¿Es necesario el apoyo psicológico ante una muerte imprevista e inesperada que paraliza nuestra vida?...
Hace pocos días me enteré que una persona que había atendido hace un tiempo en mi consulta falleció este verano en un accidente.
Normalmente, la primera reacción es de incredulidad: tan injusto nos parece que la muerte haga su aparición, que no damos crédito a lo que nos cuentan.
Después, viene una profunda tristeza; en nuestra cabeza se agolpan montones de preguntas que nunca tienen respuesta... Olvidamos que la muerte forma parte de la vida y que ésta es tan frágil que solamente en esos momentos en que perdemos a alguien que ha formado parte de nuestra vida y hemos querido, nos damos cuenta de ello.
Nunca estamos preparados para afrontar la muerte, menos todavía en este tiempo que nos toca vivir.
Sin embargo, es la propia vida la que, con su curso, nos ayuda a salir de esa tristeza profunda en la que nos encontramos después de que alguien cercano muera.
En principio, hay que darse tiempo para ir aceptando lo que nos ha pasado. Luego, hay que "darse dosis de paciencia", hacia los demás, que nos parece que no sufren lo que sufrimos nosotros en ese momento, y luego hay que hablar, recordar, pensar en la persona ausente, en cómo vivió su vida, qué hizo, qué alegrias y recuerdos compartimos.
Y, finalmente, hay que avanzar, que nunca supone olvidar, sino saber que la vida trascurre y en ese devenir, nuestras heridas van cicatrizando.
Porque es la propia vida, que debemos seguir viviendo, con las ausencias siempre presentes, el mejor bálsamo que suaviza y cura nuestro dolor.