Vivimos en una época en la que la aspiración de muchos jóvenes, y no tan jóvenes, es tener dinero, trabajar poco y, si se puede, llegar a ser famoso. No es poco frecuente preguntar a niños o adolescentes qué quieren ser de mayor y que muchos de ellos contesten que “famoso”, con lo que ello implica de tener dinero, salir en televisión y nada más.
Urgentemente, necesitamos educar a nuestros hijos en la asunción de responsabilidades, en la tolerancia a la frustración y en el aprendizaje, tan importante para poder luego llevar bien la vida, de que nada se consigue sin esfuerzo y tesón. Hay que insistir en que la disciplina de hacer, hacer y hacer, no postergar lo que no nos gusta y enfrentarse todos los días a aprender y, posiblemente, a equivocarnos, es en realidad la forma más eficaz para alcanzar una vida plena y para desarrollar todas nuestras capacidades.
Nuestro siglo es un siglo en el que abundan la vanidad y la banalidad. Muchas personas confían en la suerte cuando realmente ésta no existe y sí, en cambio, el esfuerzo, el repetir hasta aprender y, como resultado de todo ello, pero solo después, el éxito.
Personalmente, pienso que es muy importante encarar cada día con estas premisas: a base de tesón, de fuerza de voluntad y de educar la mente y disciplinarla (que no equivale a constreñirla ni volverse inflexible), se consiguen niveles de bienestar altos, sentimientos de control de nuestra vida y felicidad.