Uno de los componentes básicos de una sana autoestima es la autocrítica que todos hacemos con nosotros mismos. Es importante distinguir esta autocrítica, que es un mecanismo básicamente de supervivencia que nos lleva a enfrentarnos a los problemas e intentar buscar la mejor solución, del feroz crítico interno que muchas veces tenemos, que en realidad es una forma patológica de ejercer la crítica.
La autocrítica es el mecanismo que nos hace evaluar las situaciones a las que nos enfrentamos y que valoramos como difíciles y nos hace reaccionar, de tal manera que percibimos que algo no va bien, emocional y cognitivamente, y nos ponemos en “alerta”, lo que, a su vez, hace que pongamos en marcha mecanismos cognitivos de análisis, evaluación de la situación, posibles alternativas para resolver el problema y tomar decisiones para recuperar el equilibrio interno.
Esta autocrítica, también llamada critica positiva, es en realidad algo básico que nos ayuda a crecer interiormente y que nos da la sensación de seguridad y control de nuestra vida.
Nada que ver con ese machaque constante que es la crítica patológica que nos anula, nos encuentra siempre defectos, nos exige, es inflexible y emocionalmente nos conduce al caos y la ansiedad.
La cítrica patológica o insana utiliza la culpa, generaliza y etiqueta, y se apoya siempre en el criterio externo, en el “qué pensarán los demás”. Mientras tanto, la crítica sana, la autocrítica que fortalece nuestra autoestima, jamás culpa, reconoce los errores como oportunidades de aprendizaje, asume responsabilidades y no generaliza, ni dramatiza, sabiendo, además, que la opinión de los demás no es imprescindible para el bienestar y que, sobre todo, es imposible caer bien a todo el mundo, con lo que, lo verdaderamente importante, es no establecer comparaciones externas, sino solamente conmigo mismo/a.