
La gente se frustra o se pone tensa, casi por cualquier cosa.
Nuestra tolerancia a la frustración es muchas veces mínima y nuestra rigidez nos hace estar quejándonos si nuestros planes no son como habíamos previsto: que si llego cinco minutos tarde, que si llego antes y tengo que esperar… en fin, así podríamos seguir enumerando situaciones diversas, casi todas nimias, añadiendo con nuestra actitud malestar y estrés a nuestra ya estresada vida.
Parece como si quisiéramos tenerlo todo controlado y como si nos costara aceptar que la vida es diferente a las expectativas que tenemos de ella. Por ello, cuando algo se tuerce, aunque sean cosas sin importancia, nos produce malestar, nos enfadamos, dramatizamos y, generalmente, nos llenamos de ansiedad.
Nos pasamos la vida queriendo que todo funcione como hemos previsto; desde las circunstancias diarias, hasta las personas que nos rodean y sufrimos, y nos llenamos de malestar cuando no es así. Y muchas veces no es así.
Aceptar la vida como es, es decir muchas veces impredecible y diferente a como habíamos pensando, hace que las expectativas que mantengamos sean más realistas.
Ser flexibles y aceptar los cambios supone deshacerse de la ansiedad en buena parte, y resolver los problemas de una manera mucho más certera, puesto que resolvemos aquello que realmente podemos resolver y aceptamos con serenidad aquello que no.
Intente vivir cada día sin generarse expectativas no realistas, sin intentar tenerlo todo controlado y aceptando el discurrir del día con calma, haciendo aquello que tiene que hacer, pero sin agobiarse por los cambios o contratiempos que se le vayan presentando, sino aceptándolos y obrando en consecuencia. Ya lo dijo Séneca: “La vida es larga, si sabes hacer uso de ella”.