Nos pasamos parte de nuestra vida llenos de temores. La gran mayoría de ellos no son reales, sino temores que fabricamos en nuestra mente y que creemos que, a veces, es necesario fabricarlos, porque así seremos más previsores y nos prepararán para desgracias futuras. Otras veces estos temores nos resultan incontrolables mentalmente y no podemos dejar de pensar en ellos.
Ni los unos ni los otros sirven realmente para nada. Anticipar negativamente posibles desgracias de las que no tenemos evidencia real que vayan a suceder, lo único que nos llena es de ansiedad y se convierte en una verdadera tortura cada día porque, en cuanto abrimos los ojos, ya estamos con un punto de activación negativa, fisiológicamente hablando, que nos causa malestar.
Tener esos pensamientos negativos incontrolables continuamente rumiándolos en nuestra cabeza, se convierte en un hábito de pensamiento que nos hace sufrir mucho y, por consiguiente, vivimos con buenas dosis de angustia y ansiedad y con un disfrute mucho menor del que pudiéramos tener.
Deberíamos tener claro, y deberían habérnoslo enseñado desde pequeños, que todo depende de cómo pensemos y de ahí cómo nos sintamos.
Lo que la mayoría de las veces nos aflige como personas es la actitud que tomamos ante los acontecimientos y hechos cotidianos de nuestro día a día. Dependiendo de qué actitud tomemos, nos encontraremos mejor o peor.
Pero ¡cuidado! Esto no es apostar por el buenismo infantilón tan en boga en nuestros días, ni creer que la vida es de color de rosa.
No. La vida es dura, difícil y hay acontecimientos en ella que no desbordan, que nos causan mucho dolor y nos entristecen profundamente. Pero como ya que estamos aquí, hay que vivirla, hagámoslo de la mejor manera posible. No me refiero a los lujos materiales, cayendo en una escala feroz de consumismo también muy nuestro siglo. Me refiero a ser capaz de conectar consigo mismo, de tener tiempo para prestarse atención. De preguntarse si la vida que lleva es la que quiere llevar realmente. De aceptar que comete errores y que puede ser capaz de aprender de ellos y que debe aprender de ellos.
¿Cuál es el secreto? Realmente, la clave es la actitud que usted toma ante su día a día. No tiene que convertirse en un despreocupado y estar a los largo del día sin sentir ni padecer. Tiene que conseguir ser más humano cada día que pasa, rebelarse contra lo que no le gusta y cambiarlo y creerse que es usted poderoso, porque nadie en el mundo puede decidir por usted.
Y eso es poder: el poder de decidir y de llevar su vida como usted quiere llevarla.
