“Sólo los que se arriesgan a ir demasiado lejos, tienen la posibilidad de encontrar lo lejos que se puede llegar”.
Esta cita atribuida al poeta T.S Elliot refleja la capacidad de crecer emocionalmente que tienen las personas que asumen conscientemente las riendas de su vida y se enfrentan a los inconvenientes y adversidades de la misma.
No es infrecuente ver a personas que atraviesan momentos difíciles en su vida. Por ejemplo, la ruptura de una relación amorosa o la pérdida de personas queridas, compañeros de vida que deciden de repente dejar de serlo o familiares, hijos o amigos cercanos que impensablemente fallecen “antes de tiempo”. Enfermedades repentinas o accidentes de los que uno siempre creía estar a salvo.
Todas estas situaciones inesperadas actúan como un auténtico huracán emocional dentro de nosotros, sumiéndonos, la mayoría de las veces, en profundos sentimientos de soledad, ansiedad, tristeza y angustia que obedecen siempre a pensamientos en la gran mayoría distorsionados, terriblemente dramatizadores (y la gran mayoría de las veces falsos) y que nos hacen sentir peor.
Es un círculo vicioso negativo el que establecemos en nuestro cerebro, de tal manera que pensamos que la vida deja de tener sentido y nos sentimos mal y como nos sentimos mal, seguimos pensando peor. Consideramos de manera maximalista que sin la persona que estaba a nuestro lado no podemos seguir adelante y que necesitamos estar de nuevo con él/ella. Que tal enfermedad es injusta que la padezcamos y que qué desgraciados somos… Esta fase de profunda tristeza y de cierta rebelión pasiva contra el mundo dificulta que aceptemos la realidad y nos paraliza, cayendo en la autocompasión y en la queja permanente.
El foco de atención deja de ser el mundo o los demás o nuestras posibilidades, a pesar de la tristeza o las limitaciones presentes, y es permanentemente la negativa a aceptar lo que me está pasando y mirar un poco más allá.
Pero siendo capaces de mirar un poco más allá, empezaremos a entrar mentalmente en una fase de aceptación.
Para conseguir que la aceptación de esa situación que no queremos pero nos toca enfrentar sea más rápida es necesario que el lenguaje interior o los pensamientos que tenemos dejen de ser pensamientos maximalistas.
Aceptar supone convencerse de que mi vida puede y debe continuar; de que, a pesar de los sentimientos de tristeza, incomodidades e inconvenientes, puedo hacer muchas cosas y, sobre todo, sentirme mejor. Dejar de quejarse y autocompadecerse e ir más allá.
Debo mirar siempre hacia adelante porque en la vida, cuando alguna puerta se cierra se abren otras, indefectiblemente. Lo que ocurre es que a veces estamos tan cegados, agarrándonos a lo perdido o pasado, que nos negamos a seguir y a ver que la vida está llena de gente y de posibilidades a pesar de las limitaciones.
Centrarse en la perdida (del tipo que sea) y hacer de ello el centro de la vida supone seguir sufriendo y quedarnos atrapados en el círculo negativo “pienso mal-me siento mal” del que cuesta más salir.
Solamente centrándonos en lo que podemos hacer, en lo que tenemos y podemos cambiar de nuestra vida, aceptando la nueva situación, conseguiremos un verdadero crecimiento emocional que nos hará más fuertes y por eso más felices.