
Cuando criticamos o cuando nos quejamos, generalmente solo conseguimos aburrir a los otros, además esas críticas que hacemos y las quejas que proferimos se vuelven contra nosotros. ¿Por qué?
Obsérvese cómo se siente cuándo está quejándose o cuando está criticando. Es difícil sentirse bien porque en la queja nos autocompadecemos y en la crítica nos avergonzamos un poco de lo que estamos diciendo, por ser generalmente exagerado.
La actitud en la queja y en la crítica siempre es pasiva, y solemos meternos en un callejón sin salida.
No se trata de no defenderse o de no decir lo que pensamos o sentimos. Eso es asertividad y deberíamos todos ejercitarlo, porque produce bienestar. Y, además, supone siempre tomar esa actitud activa de decir lo que queremos o sentimos y, por lo tanto, dar paso a la actuación.
La queja, al contrario, siempre paraliza, y la crítica produce malestar Con las quejas chantajeamos emocionalmente al otro e intentamos atraer su atención.
Con la crítica nos volvemos intolerantes y arrojamos en el otro en muchas ocasiones frustraciones que tenemos.
Cuando criticamos a alguien, la gran mayoría de las veces lo que criticamos no dice nada de esa persona, sino que habla de la necesidad que tenemos nosotros de criticar. Lo mismo pasa cuando nos quejamos. Hablamos de nosotros, de nuestras frustraciones, pero nos paralizamos al quejarnos porque nos quedamos enredados en ese discurso de autocompasión que nos impide ver más allá.
Por lo tanto, intente durante toda la semana no quejarse, ni criticar, y compruebe al final de cada día cómo se ha sentido y comprobará que su bienestar depende de usted mucho más de lo que cree.