Vivimos en una época insolidaria y hedonista. Continuamente vemos en los medios de comunicación cómo muchas personas se exhiben y exhiben su vida privada y sus sentimientos sin ningún pudor. Las nuevas tecnologías hacen que triunfe ese empeño por mostrar a todo el mundo lo feliz que soy, que voy a la última… es la época del ego, de demostrar y mostrar que estoy en lo mejor. Que soy guapo, fuerte y sigo los cánones de la moda… El exhibicionismo no esconde más que dosis altas de narcicismo y una vaciedad espiritual y de valores muy propia de la época posmoderna que vivimos.
En esta dinámica, somos lo que hacemos y lo que hacemos esta mediatizado porque los demás lo conozcan y nos valoren... esa necesidad tan absurda de sentirse por encima de los demás, ya sea porque tengo determinado nivel económico o porque aparento tenerlo o porque llevo tal o cual indumentaria… Sin embargo, los niveles de felicidad no son mayores, y casi todos los seres humanos aspiran a sentirse bien no por lo que tienen, sino por ese bienestar interior que no se puede adquirir en ningún sitio y que da la serenidad de sentirse conforme con uno mismo.
Esa serenidad se consigue llevando la vida que uno quiere llevar, parándose a pensar qué se está haciendo con ella y sabiendo que realmente uno es el que conduce su vida por encima de las circunstancias vitales que nos toquen vivir. Es necesario conectar con los valores que tenemos, pero algunas personas ni siquiera saben qué es eso y, cuando les preguntas qué valoran en su vida, se aferran a cosas materiales o a personas sin las que parecen sentirse incompletas.
No puede haber ningún valor mayor que el de ser coherente y honrado, el de no hacer mal a nadie y respetar a las demás, el de ser generoso y ayudar a los que nos acompañan en esta vida. Concentrarse en hacer que la vida de alguien, gracias a mi compromiso con mi vida, pueda ser mejor.
Desapegarse del ego terrible que hoy nos invade, encontrar esa paz interior en la que no estamos pendientes de nosotros mismos, sino de los demás y dejar que los días fluyan.
Sentir que con nuestros actos somos capaces de provocar bienestar o felicidad en alguien es un objetivo que nos llena de serenidad y grandeza.
Conmover la vida de alguien con nuestra existencia es el mejor premio que se puede recibir de una vida verdaderamente plena.