Dicen que tenemos cinco emociones básicas: el amor, la alegría, el miedo, la tristeza y la ira.
Estas emociones tienen una finalidad adaptativa y son en sí misma buenas; con respecto a la alegría y al amor no parece que tengamos dudas. Otra cosa es con las tres restantes: el miedo, la ira y la tristeza.
Sin embargo, esas emociones que en principio pueden parecer negativas no lo son y son también adaptativas y protectoras.
Y, así, el miedo es una emoción que nos protege de peligros reales que pueden acecharnos. La ira hace que no dejemos que nos pisen y defendamos nuestros derechos, y la tristeza, cuando sufrimos pérdidas o experiencias dolorosas, nos ayuda a procesar éstas a través de esta emoción.
Sin embargo, esas tres emociones, si aparecen de manera injustificada, no real, sino como consecuencia de una percepción equivocada de la realidad, se volverán contra nosotros y pasarán de ser emociones adaptativas, a no serlo y a causarnos mucho malestar.
De este modo, la persona que sin una base real y solamente a través de sus actitudes y creencias distorsionadas sienta una terrible tristeza, acabará padeciendo una depresión.
Lo mismo ocurre con la ira que padece una persona ante situaciones en las que realmente no tiene que defenderse ni protegerse de nada o nadie. Y lo mismo ocurrirá con el miedo en situaciones en la que la persona puede reaccionar con auténticos ataques de pánico cuando, en realidad, no hay razón para ello, puesto que el peligro no es real y solamente existe en su mente.
Para manejar, por tanto, las emociones de manera inteligente, lo que se llama inteligencia emocional, deberemos siempre pasarlas por el filtro de la razón, es decir aprender a entender si realmente eso que estoy sintiendo se corresponde con la realidad u obedece a creencias o ideas distorsionadas que funcionan en mi mente, como auténticas verdades, pero que no lo son.
Nuestra mente puede pensar de manera constructiva o no. De esa misma manera, podremos generarnos emociones sanas o no.
Por lo tanto, habrá que estar muy atentos para poder distinguir unas de otras y no dejarse llevar por los pensamientos destructivos que nos generarán emociones negativas, falsas, que acabarán por determinar nuestras actitudes negativas ante cualquier acontecimiento vital que nos suceda.
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