
Y, sin embargo, el ser humano no deja de sorprendernos. Y así vemos gente estupenda que a pesar de la injusticia sufrida es capaz de sacar fuerzas de flaqueza y seguir adelante.
La persona enferma incurable que nos da ejemplo cada día de fuerza para, a pesar de los malos pronósticos, ser capaz de sonreír. La persona que lo pierde todo y es capaz de volver a crear; la persona a la que abandonan y que ve la traición de aquellos en los que creía y que, sin embargo, sigue creyendo en el ser humano.
Cuando uno lo tiene todo en contra, desarrolla una fuerza mental y una fortaleza de espíritu que viene directamente de la necesidad de sobrevivir. No hay fuerza mayor, ni más imparable.
La energía que se dedica a esta supervivencia, se convierte en la principal arma secreta que tienen estas personas. No es la inteligencia, ni la suerte.
Ese arma que les hace parecer invencibles y que son capaces de todo y, sobre todo, de ser felices de sentirse bien, a pesar de las calamidades que les toca enfrentar.
Los seres humanos somos capaces de hacer cosas increíbles.
Cuando uno sabe que puede proponerse hacer lo que sea, cueste lo que cueste, es cuando realmente la vida empieza a ayudarte. Por eso, esto no es cuestión de suerte. Es cuestión de fortaleza personal. Pero de aquella fortaleza que se desarrolla en muchas ocasiones en momentos difíciles, ante adversidades e injusticias que nos toca padecer.
La parte buena del dolor es precisamente esa fortaleza que nos proporciona. El sabernos indestructibles, capaces de todo y, por lo tanto, capaces de asumir la injusticia de la vida, las tristezas y amarguras cotidianas, las traiciones, y, sin embargo, seguir adelante.