Que es mejor no sufrir en esta vida, es algo en lo que todos estamos de acuerdo.
Pero que el sufrimiento forma parte de la vida y que, inevitablemente, sufriremos, también.
Pero también es verdad, que no es necesario sufrir o haber sufrido adversidades para darle un significado a nuestra vida.
Las personas percibimos de diferente manera la adversidad, y la respuesta que vamos a dar ante ella va a depender precisamente de esa manera diferente en que la percibimos. Y, así, una persona va a ser capaz de enfrentarse y fortalecerse, a pesar del infortunio, y otras caerán en una espiral de malestar del que a veces les costará a salir, dependiendo también de factores de vulnerabilidad que presente su personalidad y del apoyo social y familiar que tenga.
El sufrimiento no tiene sentido y, qué duda cabe, mejor no padecerlo, pero también la interpretación que demos a ese sufrimiento hará que seamos más capaces de soportarlo y superarlo.
Es muy frecuente hablar con personas que habiendo sufrido reveses terribles son capaces de vivir con alegría, aprendiendo y sacando lo positivo de lo malo y creciendo interiormente, convirtiéndose en personas más fuertes desde un punto de vista emocional y sintiéndose más “vivas”. En ocasiones, una adversidad nos hace resetear en nuestra mente cuáles son las cosas importantes y valiosas que tenemos y queremos, y supone un ajuste vital que suele ser para mejor.
Cuestionarse por qué me ha pasado esa adversidad o sentirla como un castigo divino es tan injusto como incapacitante. Serán estas personas las que manejarán peor el sufrimiento, al tomar una postura pasiva y fatalista, creyendo que no pueden hacer nada más que seguir sufriendo.
Aceptar las injusticias de la vida supone tomar una postura activa para empezar a manejarlas y salir de la situación en la medida de lo posible. Supone no resignarse y culparse, sino saber que es cada uno el que tiene que dar el significado personal que sienta y prepararse para asumir, y seguir adelante.