Tan cierto como que todos cometemos errores, es que éstos muchas veces nos mortifican y nos llevan directamente a la culpa.
Sin embargo, hay una posibilidad de aprender REALMENTE de ellos.
Les propongo que revisen en su pasado aquellas conductas que hicieron que se equivocara, que metiera la pata o que algo le saliera mal.
Revíselas, pero con una perspectiva nueva.
Lejos de culparse y sentirse inferior, intente verlas objetivamente y analice que circunstancias le llevaron a actuar así.
Intente abordar por qué hizo tal o cual conducta o dijo tal o cual cosa.
Deje de lado la culpa y mírese actuando y entendiendo, desde aquí, por qué entonces hizo lo que hizo.
Y después evalué realmente qué ha obtenido, que ganancias, en términos emocionales, ha conseguido.
Si éstas no son las adecuadas, piense qué ha obtenido y qué ha aprendido. Ahora sí, revise qué es lo que ha aprendido. Dese las razones por las que no volvería a actuar o decir de esa manera que hizo o dijo.
Saque partido al error y tómelo como una lección de vida.
Deje de culparse, porque, recuerde, que la culpa siempre paraliza. Estancarse en la autocompasión y en la culpa destruye su autoestima. Su pensamiento se queda atascado en un círculo vicioso del que no sale, convirtiéndose en su propio enemigo.
De los errores cometidos, lo mejor que podemos sacar es el aprendizaje de por qué no debemos volver a cometerlos.
Los errores con los que estamos dispuestos a enfrentarnos y a admitir se convierten en peldaños por los que vamos subiendo a una mejor autoestima, a sentirnos más seguros de nosotros mismos y más humanos.