Parece que nuestras rutinas están siempre empañadas por las prisas, por el querer llegar a todo, por la actividad acuciante que nos agobia. El que no se estresa parece que no cumple, que, por ejemplo, profesionalmente no da la talla, que familiarmente tampoco llega a todo lo que debería hacer.
El estrés se ha convertido en el compañero inevitable de nuestras vidas y hablamos de él con mucha ligereza, como si fuera imposible manejarlo y estuviéramos condenados a padecerlo.
Sin embargo, releyendo el libro de R. Carlson “Tú sí puedes ser feliz, pase lo que pase”, reconozco que no puedo estar más de acuerdo con él cuando dice que en el momento en que creemos que el estrés es algo de fuera, que nos viene impuesto y que no podemos evitar, nos predisponemos a experimentarlo y padecerlo.
Este autor insiste en que el estrés no es algo que nos sucede, sino algo que se produce desde el interior de nuestro pensamiento.
Por eso, una misma situación a una persona puede estresarle y a otra no. Las situaciones pueden ser más o menos difíciles, pero somos nosotros las que las definimos como estresantes, con lo que les damos una categoría o carga de dificultad que hace que las manejemos peor.
De igual modo, nos ponemos a buscar estrategias para manejar el estrés, cuándo no nos damos cuenta de que surge de nuestro interior y de nuestra manera de enfocar la vida o los problemas que se nos presentan.
Así que, difícilmente podremos manejarlo si no sabemos cuál es la fuente que lo produce.
En realidad, el estrés no existe más que en nuestro propio pensamiento.
Tener pensamientos estresantes, no quiere decir que la situación sea incontrolable.
Lo primero que debemos pensar es que el estrés no es la situación, sino la valoración que nosotros hacemos de la misma.
Cambiando esa valoración, que depende de cómo pensamos, la situación resultara más manejable y, por lo tanto, menos estresante.
Hay que tener claro que no se trata de que estemos muy atareados o tengamos mucho trabajo, sino de los pensamientos que tenemos cuando estamos atareados y con mucho trabajo.
En definitiva, darse cuenta de que el estrés no existe y de que lo que existen son los pensamientos que nos provocan estrés, supone realmente dar con la clave para manejarlo y librarse de él.