Pocas emociones causan tanta desazón a las personas como el desamor. Cuesta cerrar historias amorosas con personas a las que se ha querido y han formado parte de nuestra vida. Nos empeñamos en continuar y a veces nos auto-engañamos pensando que el cambio es posible, a pesar de haberlo intentado y comprobado que no es así.
Soltar ese vínculo que se fue construyendo a lo largo de un tiempo nos cuesta mucho, y experimentamos dolor y tristeza, sin darnos cuenta de que es el precio que hay que pagar por haber vivido una historia de amor que ya ha tocado a su fin.
Nos cuesta pensar en seguir nuestra vida sin la otra persona, no volver a saber nada de él o ella. Nos cuesta aceptar que hay que renunciar a aquello que un día tuvimos y llenó nuestra vida casi por completo, de ilusiones, proyectos… que ya no se van a llevar a cabo.
Sin embargo, todos sabemos que no hay desamor que no conduzca inevitablemente a un nuevo reajuste personal, a abrir puertas a nuevas parejas y a volver a experimentar un enamoramiento tan fuerte y real como fueron los anteriores.
Esta es la gran suerte que tenemos la persona. Que si nos damos la oportunidad, seguro que volveremos a enamorarnos, conoceremos a alguien y volveremos a sentir los mismos sentimientos y la misma pasión que en su día sentimos por aquella persona que ahora nos cuesta tanto dejar marchar.
Es el empecinamiento que en ocasiones nos ata y nos conduce a sufrir más al no querer dejar partir a quien en su día fue el centro de nuestra vida. Ese empecinamiento que nos hace sufrir más es un sentimiento de pérdida, que en ocasiones se traduce también de la propia estima. Deberíamos comprender que la vida siempre nos da nuevas oportunidades y que volveremos a sentir de la misma manera, o más, como en su día sentimos amor por la persona que ahora perdemos.
Solamente hay que darse la oportunidad para que así sea. Y esa oportunidad no depende más que de uno mismo y de la capacidad de cerrar puertas, para que sanen heridas, y puedan abrirse otras puertas que iluminen de nuevo el corazón.