La dependía afectiva es el conjunto de pensamientos, sentimientos y conductas que hace que la autoestima de quien la padece dependa siempre del exterior.
Las personas dependientes afectivamente hablando son personas que sufren porque su valía depende siempre de lo externo, en vez de confiar en sí mismos.
Son personas en las que la inseguridad les hace estar permanentemente pendientes de la validación externa, de qué pensarán los demás sobre ellos.
Se siente permanentemente evaluados y preocupados porque igual no dan la talla.
Temen mucho la soledad, y esto muchas veces les lleva a culparse creyéndose responsables siempre cuando no obtienen el afecto o reconocimiento que esperaban.
Suelen ser personas sumisas que son blanco fácil del maltrato, porque es el afecto y el sentirse elegidas lo que les lleva a claudicar y soportar, en ocasiones, todo tipo de humillaciones o conductas que atentan contra su bienestar.
En ocasiones, en vez de sumisas son agresivas, porque interiormente sienten que tienen que defenderse continuamente también por miedo al rechazo, estando siempre a la defensiva.
La persona dependiente cede el control de su propio bienestar a los demás. No es que sea influenciable, es que ni se siente capaz de decidir o hacer si no es dependiendo del criterio del otro. De esta manera, la persona dependiente hará lo que el otro quiera con tal de no perder su atención, irá perdiendo el control sobre sí misma, ante el miedo a la soledad o el rechazo.
¿Qué hacer para dejar de ser una persona dependiente?
Lo primero es superar el miedo. El miedo a estar solo, a decidir por propia cuenta, a tener criterio y atreverse a decirlo. Perder el miedo a perder al otro, porque diga lo que quiero o pienso.
En segundo lugar, deberemos hablarnos de forma respetuosa y tendremos que empezar a querernos, a considerarnos con respeto.
Esto, que parece una obviedad, no es sin embargo tan frecuente como debería.
Y, por último, recordar que uno no nace dependiente, sino que se hace.
Por lo tanto, para dejar de serlo, habrá que hacer una re-educación con uno mismo.
Aprender o re-aprender a ser asertivos, a decir lo que pensamos y sentimos, independientemente de la aprobación de los demás, sin miedo al rechazo. Siendo conscientes de que es imposible gustar o agradar a todo el mundo. Y que a quien siempre debo agradar es a mí mismo.
Sentirnos seres humanos como los demás y, por lo tanto, valiosos. Sin aplicar dobles morales que disculpan a los demás y nos condenan a nosotros mismos.