En ocasiones nos cuesta mucho decir adiós a una relación, a pesar de que sabemos que ésta nos hace daño y que hace tiempo que no es lo que queremos.
Parece que, a pesar de no satisfacernos cómo nos quiere o trata la otra persona, nos empeñamos en no dar el paso para tomar la decisión de terminar, esperando un cambio que no llega.
El miedo a la pérdida, a encontrarnos solos, a que no encontremos a nadie más quien nos quiera, nos lleva a depender del otro y a no admitir un trato inadecuado o un mal querer, que no tenemos por qué soportar.
Es como si nuestra mente, que no presenta ningún problema, se negara a reconocer la realidad, a asumirla y a pasar a la acción. El sentimiento de pérdida de la otra persona que ya no formará parte de nuestra vida, se nos hace insoportable y continuamos engañándonos esperando unos cambios que no llegan.
Solamente cuando nos atrevemos, cuando nos preguntamos realmente qué es lo que queremos, qué pedimos en una relación y si esa persona con la que estamos realmente nos lo da, es cuando tenemos fuerzas para dar un paso adelante.
El foco de atención, por lo tanto, no debe orientarse hacia él o ella, sino hacia nosotros y lo que sentimos y queremos.
Solamente cuestionándonos así, nos daremos cuenta de que es necesario dar el paso y que vivir no significa conformarse o vivir con miedo creyendo que la soledad nos va a acompañar para siempre. Vivir significa atreverse, eliminar de mi lado a quien no me quiere bien y atreverse, con valentía y esperanza, a estar solo para sentirse bien y poder de esa manera abrir puertas a otras personas que sin duda aparecerán en nuestra vida.