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Imagen: Pixabay |
Vivimos en una época exhibicionista: se exhiben los sentimientos, se exhiben las vidas y sus intimidades sin ningún pudor.
Los medios de información se multiplican, y la información que recibimos nunca ha sido tan rápida y tan expuesta, con muchos canales y una necesidad aparentemente imperiosa de demostrar a los demás lo bien que nos va todo: la pareja, nuestro día a día, el físico…
Es una época Disney en la que apenas tiene cabida la introspección, el pudor, la intimidad y la idea de no vivir hacia fuera.
Unido a esto, parece que cualquier propuesta que nos ofrezcan hay que decir que sí, porque si no eres una estrecha o no estás en la onda o no entiendes de qué va esto de la modernidad.
Sin embargo, las ideas irracionales que subyacen siguen siendo las mismas del siglo pasado. No debes parecer infeliz, la opinión de los demás es muy importante y los demás condicionan tu manera de decir, hacer, vestir e incluso ser. Vivimos pendientes de la opinión del otro y perdemos nuestro propio criterio, no porque no lo tengamos, sino porque no nos atrevemos a exponerlo, valoramos más el del otro.
Decir no, poner límites, atreverse a no seguir los dictámenes no solo de modas, sino de maneras y convicciones, supone afianzarse personalmente, construir una personalidad basada en el propio ser y las propias necesidades, no dejándose arrastrar por la marabunta de una mayoría imperante, más pendiente del otro y de su aprobación, que de sí mismo.
Lo más frecuente no tiene por qué ser lo normal, y aunque se sienta en ocasiones como pez fuera del agua, piense en que a lo largo de los siglos siempre ha sido así.
El que tiene criterio, indefectiblemente vive mejor porque se arraiga en sus convicciones personales, que únicamente le pertenecen y no se deja arrastrar por el qué dirán y, sobre todo, no está pendiente de agradar al otro siempre, perdiendo identidad, y evitando mucha ansiedad.