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Pienso en su sufrimiento, en sus esperanzas inalcanzadas, en sus sueños que no se han podido realizar. Sinsabores diferentes y tragedias que pesan y que con el paso de los años, según se va acercando el final de la vida, pesan más.
Cada persona con la que me cruzo sé que libra sus propias batallas, que tiene su pasado de dolor y lágrimas, y que sus tristezas y pesares son las tristezas y pesares que acompañan al ser humano desde hace siglos.
En eso apenas hemos cambiado. Las lágrimas de ahora son las lágrimas del pasado. El dolor por las ausencias, por los sufrimientos e injusticias padecidos, son dolores parecidos, sino iguales, a los del pasado.
Por eso, creo que el dolor nos une. Debe unirnos.
Cuando vemos al otro como ser que sufre, que a pesar de las apariencias hay en él ese sufrimiento vital que acompaña a todas las vidas, debemos establecer una corriente de empatía hacia el prójimo.
Debemos verlo como alguien que libra día a día las mismas batallas que yo, que tiene sus frustraciones y pesares y que lucha por sobrevivir. Lo cual muchas veces no es nada fácil.
Solamente así, viendo en el otro lo que hay de mí, conseguimos empatizar y desarrollar la compasión y considerar la vida como un camino en el que nunca estamos solos.