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Imagen de Valentin Sabau en Pixabay
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“Pero, por qué me siento mal, qué me pasa”; “No voy a poder, no soy capaz”; “Qué nervios, voy a suspender…”; “Qué mal, voy a hacer el ridículo”… Estos y otros mensajes negativos acostumbramos a decirnos.
El lenguaje interno que mantenemos con nosotros mismos es muchas veces tan negativo que el miedo aparece y nos atenaza, impidiéndonos hacer cosas y sentirnos bien.
Otras veces, acabamos haciéndolas, pero el malestar que sentimos mientras lo hacemos es tan grande que muchas veces perdemos la capacidad de disfrute o no nos merece la pena volver a intentarlo, al haber sufrido tanto.
Hay que ser conscientes de que sí cómo nos hablemos, así nos sentiremos.
Sí, es así de fácil, y de difícil, en muchos momentos.
Ser conscientes de ese lenguaje interno y ser capaz de adecuarlo a un lenguaje más equilibrado y justo, es el comienzo para conseguir hacerse dueño de su propia mente y sentirse bien.
No se trata de decirse o hablarse con frases vagas o carentes de razón o sin pisar el suelo.
Se trata de adecuar, ajustando emocionalmente lo que nos decimos, a nuestra realidad, al mundo a veces irracional en el que nos toca vivir, sin perder de vista que también nosotros somos seres humanos, falibles, limitados, con los días contados y que nuestra mente es nuestra principal arma para sentirnos bien.
Nos ahorraríamos gran parte de nuestro sufrimiento inútil si fuéramos capaces de detectar, cuestionar y cambiar nuestros automensajes negativos, convirtiéndonos así en nuestros aliados en vez de en nuestros propios enemigos.