ANALITYCS

domingo, 6 de octubre de 2019

PÉRDIDAS

Imagen de 이정임 lee en Pixabay

En el discurrir de la vida pocas veces somos conscientes de la fragilidad de la misma y de lo fácil que las cosas pueden cambiar de una día para otro.

Normalmente nos acordamos de esto cuando experimentamos alguna pérdida.

De personas a las que queremos y creíamos que siempre iban a estar ahí o de trabajos o situaciones que, por rutinarias, creíamos que iban siempre a suceder.

Darnos cuenta de la fragilidad de todo lo que nos rodea debería ser suficiente para intentar disfrutar más de todo lo que tenemos.

Ser más conscientes para abordar aquello que veamos que no va bien y que aparcamos mentalmente porque “ya lo pensaremos otro día”… y, cuando nos damos cuenta, ya es tarde. La persona ya no está, o ya es tarde para reparar lo que se vuelve irreparable, o para conservar aquello que por comodidad o desidia ya no tiene arreglo.

Perder es siempre doloroso. Nuestra mente racional tarda en asimilar la pérdida y pasamos por fases en las que nos negamos a creer que la pérdida es real.

Pero, poco a poco, también nuestra mente va haciéndose a la idea de que así va ser de ahora en adelante: hay que continuar solos, sin la persona con la que un día compartimos alegrías y tristezas y que ahora no está.

Pero la vida siempre empuja a seguir viviéndola.

Además, uno debe dejarse empujar por ella.

De nada sirve instalarse en la ausencia o empeñarse en no aceptar la realidad.

Se debe hacer un esfuerzo, sin duda.

No es fácil.

Pero siempre merece la pena seguir.

Uno debe darse la oportunidad de volver a ilusionarse, a ser feliz, a sonreír y disfrutar de la vida. De su propia vida.

Precisamente porque sabiendo que ésta es frágil y que todo puede cambiar bruscamente, la lección aprendida debe ser la de darse permiso para volver a vivir, para disfrutar.

Nunca hay que pensar que ya nada merece la pena y que todo se acabó.

Y así es como surgen nuevas oportunidades, nuevas personas y situaciones que van llenándole poco a poco. Rellenando las ausencias, poniendo parches al dolor de la pérdida.

Hasta que un día, casi sin darse cuenta, se recupera el bienestar.

La pérdida estará ahí siempre presente, pero suavizada con el bálsamo de los días y del empuje vital de seguir adelante.


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