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Nos pasamos la vida tomando decisiones. Desde las más banales a las más importantes. Decisiones a veces difíciles pero que sabemos que nos convienen. Otras, equivocadas y que descubrimos que han sido así, erróneas, después de tomarlas.
Pero pocas veces decidimos que el día que tenemos por delante tiene que ser bueno. Creemos que las decisiones deben ser más importantes, en temas de más enjundia.
Y, sin embargo, la simple decisión de acordarse de que el día que tenemos por delante puede ser bueno, nos proporcionaría bienestar. Al final lo que verdaderamente está en nuestras manos es la actitud con la que vamos a encarar cada día de nuestra vida.
Y, en ese sentido, somos los auténticos dueños de nuestra vida.
Porque lo que suceda puede que no dependa de nosotros. Los acontecimientos ocurren. Si tendré problemas o adversidades o si habrá problemas que pueda resolver o no.
Pero, desde luego, los problemas serán menos, o más llevaderos, cuando la actitud con la que los encaremos sea de calma y de serenidad. Y de esa manera sentiremos también que controlamos la situación. Porque también esa calma nos lleva a la aceptación.
Será esa actitud la que estará directamente relacionada con el bienestar interior y con el poder vivir la vida sin dramatismos añadidos, ajustada a las reales circunstancias de cada momento.
Es esa actitud lo que diferencia a unas personas de otras, y la que hace que quien mantiene una actitud serena pueda tomarse los envites de la vida con más tranquilidad.
Por lo tanto, cuando las circunstancias sean adversas, recuerde que será la actitud que usted mantenga hacia ellas lo que marcará la diferencia entre la ausencia de bienestar o tener una mayor tranquilidad y control, pudiendo encarar las dificultades con otro ánimo.