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domingo, 2 de enero de 2022

PENSAR BIEN PARA VIVIR MEJOR



Imagen: Pixabay

Hace muchos siglos, Epícteto, filósofo griego de la escuela estoica, dijo que las personas nos perturbábamos no por los sucesos que nos ocurrían sino por la interpretación o visión que teníamos de ellos. Pero, cómo no perturbarse ante injusticias tremendas que vemos todos los días o ante sufrimientos terribles que nos ocurren a las personas a lo largo de nuestra vida. Cómo no perturbarse o sufrir por la muerte de un hijo o la pérdida de personas a las que queremos, la pérdida del trabajo o la tristeza porque una relación afectiva no sale adelante… Efectivamente, hay acontecimientos a lo largo de nuestra vida que son adversidades, entendiendo por éstas sucesos traumáticos, tremendamente dolorosos e injustos, que nos toca soportar.

La vida no es justa y es difícil. El pensamiento buenista de que todo el mundo es bueno y de que todo es estupendo y de que siempre vendrán cosas buenas, un pensamiento mágico tan propio de esta “época Disney” que vivimos, no es verdad.

En este punto, es importante destacar la gran capacidad que tenemos las personas de sentirnos bien, siempre que pongamos nuestro cerebro a trabajar a nuestro favor, siendo los artífices de nuestro bienestar, independientemente de las circunstancias o, mejor dicho, a pesar de ellas. Porque, si bien la vida tiene grandes tragedias, no es menos cierto que tiene también muchas alegrías y momentos estupendos. Y como se trata de que, ya que estamos aquí y nuestra vida es limitada, disfrutemos y sepamos vivir bien, ese tiene que ser nuestro principal trabajo.

No se trata de tener más y más cosas materiales, algunas necesarias, sino de alcanzar ese estado interior de bienestar y serenidad que es el que nos va a dar fuerzas para afrontar los momentos malos que tenemos en la vida, que nos va a permitir aceptar aquello que no podemos cambiar y seguir adelante.

Las personas, en general, pensamos mal. Todos tenemos un lenguaje interior con el que continuamente nos estamos planteando y diciéndonos cosas. Los pensamientos fluyen en nuestro cerebro a gran velocidad. Siempre estamos pensando algo. Pueden ser pensamientos neutros, pensamientos negativos o positivos, pero siempre hay pensamientos en nuestra cabeza. No podemos dejar de pensar, pero sí podemos elegir lo que pensamos. Y ahí está la clave.

Cuando nos sentimos mal, muchas veces pensamos en remedios externos confiando en que tomando tal o cual pastilla, o haciendo tal o cual actividad, nos encontraremos mejor. Pero, ¡qué pocas veces tomamos realmente conciencia de la fuerza que tienen nuestros pensamientos para sentirnos bien!

Si fuéramos capaces de creer que nuestra mente realmente la manejamos nosotros y si fuéramos capaces de interiorizar la importancia que tienen nuestros pensamientos en nuestro bienestar y, por lo tanto, en todas las dinámicas mentales, seríamos más conscientes de que para sentirnos bien y vivir con serenidad, lo realmente importante es pensar bien.

Algunas veces nos dejamos engañar por la creencia de que ya somos conscientes de lo que estamos pensando en cada momento, pero no es así. Los pensamientos son automáticos y van y vienen, a veces casi imperceptiblemente, sobre todo cuando nos encontramos mal, porque la emoción nos inunda y no somos capaces de separarla y de pensar con claridad.

Es muy importante darse cuenta de qué estamos pensando en cada momento. Pensemos en cosas cotidianas; por ejemplo, no somos conscientes de que respiramos y si ahora les señalo que se centren en su respiración, probablemente se obliguen a parar y pensar en ella; hasta el momento en que he escrito esto, no eran conscientes de que estaban respirando. Así funciona el pensamiento. Hasta que no somos conscientes de qué estamos pensando, resulta fácil olvidarnos de que los pensamientos están ahí y de que estamos rumiando mentalmente; es como si se hicieran invisibles. Olvidarnos de qué estamos pensando genera muchas veces ira, ansiedad, infelicidad y estrés. ¿Por qué?

Porque los pensamientos siempre provocan esas emociones desagradables y siempre volverán en forma de esas sensaciones de malestar que tanto nos hacen sufrir. Por ejemplo: intente enfadarse y ponerse iracundo sin tener pensamientos de enfado; intente generarse ansiedad sin pensar en algo que la provoque, ¡es imposible! Siempre, para tener una emoción o sensación, antes hay que tener un pensamiento que provoca esa emoción.

Cuando somos infelices, son los pensamientos acerca de nuestra vida, de lo que nos sucede, de los acontecimientos del día a día, lo que nos provoca esa infelicidad. En ausencia de esos pensamientos, la infelicidad, el estrés o la ansiedad, no existen. Lo que hace que persistan las sensaciones negativas son siempre, siempre, los pensamientos.

Nuestra mente funciona con una serie de ideas irracionales aprendidas desde que éramos niños y condicionadas también culturalmente; estas ideas llegan a convertirse en creencias con las que funciona nuestro cerebro a lo largo de la vida. Como si fueran verdades inamovibles, incuestionables, nos generan mucha infelicidad. Son pensamientos que damos por descontado que tienen que ser así y que no nos cuestionamos, generándonos malestar. Así, por ejemplo, creemos que debemos ser amados o aceptados por las personas para nosotros significativas, en lugar de concentrarnos en nuestro propio autorespeto. También creemos que es terrible y catastrófico que las cosas no sean como nosotros queremos que sean o como pensamos que deberían ser, en lugar de pensar que es lamentable que las cosas no sean como queremos que sean y concentrarnos en cambiar las circunstancias para conseguirlo y, si no es posible, aceptarlo, en lugar de repetirnos lo horrible que es lo que nos sucede. Nos obcecamos pensando que las cosas desagradables no deberían existir, en lugar de pensar que la vida no es justa y que, en ocasiones, lo importante no es tanto lo que ocurre como la percepción e importancia que como humanos damos a esto que sucede.

Pensamos también que se necesita a alguien más fuerte y mejor que uno mismo en quien confiar, en lugar de pensar que es mucho mejor confiar en uno mismo, ya que uno siempre va a estar consigo mismo, y es mejor confiar en nuestras propias capacidades para enfrentarnos a las situaciones difíciles de la vida. Nos torturamos mentalmente pensando en que como algo afectó con dureza a mi vida en el pasado, debería seguir afectándome toda la vida indefinidamente, en vez de aprender de las experiencias pasadas. No es infrecuente que pensemos que la felicidad humana llega por inercia, suerte o solamente si nos toca la lotería, pero, en realidad, las personas somos más felices cuando estamos activos, y aspiramos a conseguir nuestros proyectos.

Analizar los pensamientos negativos, dándonos cuenta de qué errores de pensamiento, qué ideas irracionales tenemos, y sustituirlos por pensamientos más realistas es el trabajo que tenemos que hacer para empezar a pensar bien. Cuando no sentimos mal es importante pensar en qué estamos pensando, porque generalmente es algún pensamiento catastrofista el que estamos teniendo en ese momento.

Estudios llevados a cabo recientemente en EE.UU. dicen que la preocupación por lo que pueda suceder se nos graba en el cerebro igual que si hubiera ocurrido de verdad; a esto se le llama el circuito del miedo. Para desactivarlo, debemos centrarnos en lo que ocurre aquí y ahora. Si dejamos de ocupar nuestra mente con pensamientos negativos hacia el futuro y nos centramos en el presente de forma positiva, romperemos ese circuito del miedo.

Le propongo que realicen diariamente este ejercicio:

. En el momento en que se sienta mal, desanimado, nervioso y confundido, intente cazar los pensamientos que hay en su cabeza.

. Anótelos y vea lo irracional de los mismos; si está usted personalizando, dramatizando, adivinando el futuro, etc.

. Utilice el Método Socrático, con el que puede hacerse preguntas que revelen las contradicciones o falta de coherencia de lo que está pensando.

. En lugar de rebajarse hablándose internamente de forma condenatoria, trátese con el mismo respeto y sentido humanitario con el que trataría a los demás.

.  Piense en el problema evaluándolo en una escala de uno a cien, no en términos de todo o nada. Mire los matices de grises.

Dramatizamos continuamente, y como nuestro cerebro está continuamente funcionando y continuamente estamos pensando con frecuencia de manera casi inconsciente, nos generamos una gran cantidad de pensamientos dramatizadores que nos producen un gran malestar. Solamente pararse a pensar en lo que estamos pensando y pasarlo por el cedazo de la razón, es suficiente para sentirnos mejor. También es importante dejar de hacer las mismas conductas que no nos proporcionan bienestar. Si quiere cambiar tendrá que dejar de hacer lo que está haciendo, porque es evidente que no da resultado. La inactividad tampoco ayuda.

Cuando somos capaces de pensar con calma, sin dejarnos llevar por el pánico, y ver realmente qué estamos pensando, ya estamos desactivando el pensamiento negativo. Cuando nuestros pensamientos cambian, cambia el mundo que nos rodea. El mundo se convierte, de este modo, en un reflejo de nuestras creencias o nuestros pensamientos. Debemos ser conscientes de qué pensamientos creencias o prejuicios nos limitan y nos causan infelicidad. Y recuerde que, a pesar de los momentos duros de la vida, siempre hay razones para seguir adelante, porque, como dijo Nietzsche, “aquel que tiene un porqué para vivir, puede enfrentarse a todos los cómos”.

 
 
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