A lo largo de las horas de un día podemos tener multitud de pensamientos en nuestra cabeza, y muchos de ellos son negativos. Pueden llegar a ser hasta 50.000 pensamientos diferentes que tienen un curioso efecto: actúan en nuestra cabeza como una bola de nieve; es decir, empiezan siendo pequeños: dudas acerca de nuestra acción, de nuestra valía… y, de repente, empiezan a deslizarse montaña abajo mentalmente, a toda velocidad, de tal manera que ya no solamente dudamos de nuestra valía, por ejemplo, sino que tenemos los pensamientos más negros acerca de nuestro futuro, de que vamos a estar siempre solos, de que las cosas nos saldrán irremediablemente mal, hagamos lo que hagamos… Así hasta convertirse en una bola gigantesca que inunda nuestra mente y nos sume en un estado ansioso depresivo en el que la visión del día se torna muy gris y en el que el malestar tiñe todo lo que hacemos o nos sucede.
Pero olvidamos que los pensamientos, cualquier pensamiento, no son más que eso: pensamientos. Nosotros los producimos y nosotros podemos librarnos de ellos. Podemos concederles importancia y sentirnos irremediablemente infelices o podemos luchar y librarnos de ellos, con lo que nos sentiremos mejor.
Debemos evitar ese efecto bola de nieve y, en cuanto aparezca en nuestra mente el pensamiento negativo, analizarlo, desdramatizarlo y deshacerlo, evitando que se haga más grande porque, entonces, será más difícil hacerle frente.
Usted tiene la libertad para elegir a qué pensamientos hacer caso, prestar atención, y a cuáles no. Si se hace caso omiso de los pensamientos negativos, los descartamos enseguida, desaparecen de la mente e inmediatamente nos encontramos mejor.
Practique. Y evite que la bola minúscula de nieve arrase su mente y se convierta en un alud.