En ocasiones, la vida se nos hace cuesta arriba. Sufrimos decepciones por parte de personas de las que esperábamos algo más, tenemos problemas familiares cuando en realidad necesitamos apoyo, en el trabajo las cosas no marchan, cuando esperábamos que nuestros esfuerzos fueran reconocidos hay personas que nos traicionan e incluso llegan a hacernos daño directamente, sin ambages… la vida parece darnos la espalda y nos vamos hundiendo en una espiral de tristeza y malestar, preguntándonos el porqué, qué hemos hecho mal para estar donde estamos, para sufrir ese padecer inmerecido… así, nos quedamos atrapados en esos pensamientos interrogativos, deslizándonos por una autocompasión que nos va debilitando poco a poco.
En realidad, la vida es injusta para todo el mundo. Aquel que nos parece que todo le va bien, que triunfa, que es feliz… padecerá o ha padecido sinsabores y malestar, igual que nosotros. Porque la vida tiene sus dosis de injusticia, de tristeza, de adversidades, y esas dosis las reparte en general para todos.
Aparentemente, todos parecemos estar bien. Nuestro semblante refleja un bienestar e incluso hay personas que alardean del mismo, siendo poco prudentes, porque necesitan hacerlo a veces, incluso mintiendo, para poder agarrase a un salvavidas y no ahogarse.
No se trata de ir lamentándose, ni de ir pavoneándose de un bienestar frágil y a veces efímero.
Lo importante, lo que de verdad cuenta, es que, aun sabiendo que la vida en determinado momento no es como quisiéramos o esperábamos que hubiese sido, debemos tener la suficiente fuerza interior para seguir adelante. Para agarrarnos a aquello que sí funciona, que sí nos proporciona bienestar y serenidad interior, y engancharnos a esos asideros positivos para ser capaces de continuar adelante.
Venceremos las dificultades y seguiremos en el camino, conduciéndonos hacia nuestro bienestar, si evitamos caer en la autocompasión y nos esforzamos por ver más allá de nuestras penalidades.
Tener esa actitud en la vida, nos reconfortará siempre y nos dará la tenacidad y la fortaleza interior necesaria para, a pesar de todos los pesares, vivir bien.
Porque no hay mejor vida que aquella que interiormente nos da serenidad y paz. No hay mejor sensación que la de sentirse en paz con el mundo y con el otro, siendo justos en nuestros juicios y aceptando aquello que no podemos cambiar.
Aceptarlo supondrá siempre poner el foco de atención en todo lo demás, en aquello que sí podemos modificar y en todo lo que podemos seguir haciendo y pensando, para sentirnos bien a pesar de las dificultades.