“Como pases el día, así pasarás tu vida”, leo en una entrevista a una escritora americana y pienso que no le falta razón. Generalmente, esperamos que las circunstancias nos sean favorables, que nos vayan bien las cosas, poniendo más la atención en los demás y en lo que nos rodea, cuando en realidad es uno mismo el que debe empeñarse en ser feliz, en vivir con serenidad a pesar de que, a veces, los vientos del día a día no nos sean favorables.
Nadie más que uno mismo se va a encargar mejor de su propia felicidad. Nadie lo va a conseguir mejor. Ser feliz, vivir con alegría, es el principal trabajo que tenemos. Porque nuestro bienestar no depende de nuestro jefe, o de nuestros compañeros de trabajo o de un amigo. Hay que poner empeño por ser feliz, vivir con alegría.
Porque así, con ese empeño, los acontecimientos del día a día dejarán de tener un tinte derrotista y amargo, y aunque los problemas se presenten, seremos más capaces de enfrentarlos con esa actitud. Con la actitud de que dependerá de mí cómo me afecten y cuánto.
Pongamos más empeño en nosotros mismos y no lo pongamos tanto en las circunstancia externas.
Olvidemos a la persona que nos trató mal, pasemos página al desamor, también a los errores cometidos. No fueron errores sino parte de un proceso, de un trabajo que se encuentra en progreso. Y este progreso continúa toda la vida, hasta el momento en que morimos. Dado que nuestro tiempo es limitado, ocupémonos de nosotros mismos.
Deshágase de lo inútil, empezando por los malos pensamientos. Esfuércese por darse bienestar cada día. Si alguien le rompió el corazón, si alguien le hizo daño, piense que su corazón y usted son más fuertes.
Tenga esperanza. Trabaje consigo mismo el estar contento y trasmitir alegría hacia usted mismo, porque eso se ve, y se exhala hacia fuera también y le proporciona a usted, y a los que le importan, bienestar.