No hay soledad o sufrimiento mayor que aquel que se deriva de no tener la posibilidad de elegir.
Aquellas cosas que tenemos cotidianamente o conductas que podemos llevar a cabo, muchas personas no pueden ni plantearse poder optar a ellas.
No importar a nadie, que nadie se interese por ti, no sentirse amado o que nadie se preocupe por cómo te va la vida… nada hay más doloroso que no haberse nunca sentido amado.
La madre Teresa de Calcuta insistía en esto cuando hablaba y le preguntaban por qué dedicaba su vida a los más desfavorecidos. Sostenía que le parecía la peor de las condenas, el sentir que nadie te ama o que no importas a alguien.
Si a esto se une que muchas veces es difícil salir de estas situaciones y que por supuesto nadie elige estar en ellas, podemos pensar que el sufrimiento se hará insoportable.
Por eso, aunque es muy loable y hay que valorar a las personas que marchan a países lejanos solidariamente a ayudar a otros, también es importante valorar a las personas que tenemos cerca y que nos hacen la vida más agradable o que, simplemente, muestran con sus actitudes una manera de ser solidaria y amable.
Seres queridos, vecinos, amigos que nos hacen sentir que no estamos solos y que nos hacen sentir que importamos a alguien.
Hay que tener buena voluntad para levantarse cada día pensando en el prójimo y en cómo hacer más agradable la vida a los demás; buena voluntad para ser amable y tener un talante amistoso con el otro. Buena voluntad con uno mismo para, a pesar de las tristezas y pérdidas que experimentamos a lo largo de la vida, a pesar del dolor de las mismas, seguir adelante, sabiéndonos privilegiados por haber compartido el amor de los que perdimos y que como una energía imparable que recibimos, procuramos seguir dando a los demás.