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Hay personas especialmente críticas que pasan gran parte de su vida fijándose en los errores de los demás. Son personas con un carácter agrio, negativo, que en sus comentarios y también en sus gestos denotan una amargura a veces profunda.
Generalmente, cuando estamos con ellas nos provocan malestar, porque su actitud es la queja continua, la crítica injustificada, nunca parecen estar contentos.
Son personas que parece que se nutren viendo los errores e imperfecciones de los demás. Y realmente es así: lo que va mal a los otros, les hace sentirse a ellos mejores, por encima de los demás, sintiéndose mejor que el otro.
Aparentan una compasión y empatía que no sienten y aunque verbalmente añadan supuestas palabras de entendimiento y apoyo, se sienten por encima de los demás, como si las personas que han sufrido una desgracia o se encuentran en un momento delicado de su vida, merecieran los infortunios que ellos nunca padecen, por su buen hacer y su, supuesta, rectitud y acierto a la hora de llevar su vida.
Este tipo de personas necesitan para sobrevivir emocionalmente de las desgracias ajenas, porque viéndolas sienten que son superiores y creen que como a ellos no les ocurren eso es indicativo de su superioridad.
Son personas que, a pesar de esa aparente seguridad y confianza en sí mismos, de la que alardean, tienen una autoestima endeble y vacía.
Buscar el reconocimiento propio destacando los errores de los demás, es tan nocivo como falso.
Porque el verdadero reconocimiento y la verdadera autoestima, la sana, es la que nace siempre de la empatía con el otro, de saberse humano y por lo tanto falible, y de considerar al otro como alguien que, como uno mismo, lucha cada día por sobrevivir y salir adelante.
Esa creencia que se enraíza en valores éticos profundos, es una de las claves de la buena autoestima.
Una autoestima sincera que se solidariza profundamente con cualquier ser humano.
Una autoestima que nos dice que los errores nos hacen fuertes, más sabios y, sobre todo, mejores personas.